La jornada promete ser memorable. Para variar, nuestra tertulia se va a desarrollar sentados a la mesa. Que me invites a comer no es infrecuente, pero debo reconocer que siempre me sorprendes con tus gustos culinarios.
Andas trajinando en la cocina desde hace un buen rato y después de haberte acompañado con una cerveza, consciente de que no te gusta tener público mientras te afanas con las sartenes, me decido a curiosear en tu impresionante discoteca, solo comparable a la mía.
Como no podía ser de otra forma, tus preferencias musicales son exquisitas, así que tengo ante mi un gran reto. Tras varios minutos de indagación exhaustiva, fijo mis ojos en un disco de Stan Getz, el saxofonista norteamericano de Jazz fallecido en 1991, al que llamaban también ‘The Sound’, por los tonos cálidos de sus melodías. El disco en cuestión, ‘Getz for lovers’ cuenta con participaciones notables como las de Astrud Gilberto, Antonio Carlos Jobim y Joao Gilberto Quintet, entre otros. Me sugestiona al momento. Puede ser el adecuado para crear una atmósfera íntima y tranquila, que nos permita disfrutar a un tiempo de la comida y de nuestra conversación.
Coloco el disco en el reproductor, selecciono el modo continuo para que no nos tengamos que estar levantando para cambiar el disco, ajusto el sonido de los altavoces y le doy al play. Al instante, los acordes suaves nacidos de las entrañas del saxofonista, inundan la sala con sus ricas cadencias y me confirman mi primera intuición: es un buen disco, de un buen saxofonista. El Jazz es todavía una asignatura pendiente para mucha gente.
Me apoltrono en el sillón y cierro los ojos mientras dejo que la música me invada por completo. Siento las notas en el estómago y al momento las noto invadiendo todas mis vísceras.
De la cocina provienen, de tanto en tanto, sonidos atenuados de cacerolas y el ambiente comienza a perfumarse con el olor del guiso. Sea lo que sea, estará bueno.
—¿Stan Getz para Amantes? —Tu pregunta llega como desde muy lejos, pero me hace sonreír al comprobar que no estás ausente por completo.
—¡Exacto!
—Buena elección. Es uno de mis preferidos.
Sin poder evitarlo, sonrío abiertamente pero opto por no decir nada. Me sigue maravillando que tengamos tantas cosas en común. ‘Y el Jazz es una de ellas… Otra más’, me digo, al tiempo que vuelvo a cerrar los ojos y dejo que mi mente escape con las notas del saxo.
El roce de unos platos, muy cerca de mi, me arrancan del letargo en el que sin querer me había sumido. No sé cuánto tiempo ha podido pasar, pero el indicador de pistas del reproductor refleja el corte número 5, aunque pudiera ser que fuese ya la segunda vez que la reproduce.
—¡Lo siento! Creo que la culpa es del saxo… —Te digo lo primero que se me ocurre, que además es verdad.
—No te disculpes. A mi me pasa lo mismo cada vez que lo escucho. Espero que te guste lo que he preparado.
La mesa es el escaparate más apetecible que había visto últimamente. Admiro tus dotes culinarias batiendo palmas y te lanzo una mirada de satisfacción, que sé que agradecerás.
Una vez sentados, frente a frente, alzamos las copas y proclamamos nuestro habitual brindis; todo un himno para nosotros.
—¡Por los buenos amigos!
El tintineo al entrechocar las copas, despierta una vez más esa sensación conocida de plenitud y buenas energías.
Saboreo el vino despacio y te doy muestras de mi aprobación. ‘Una sabia elección’, te digo con la mirada. Dejo la copa sobre la mesa y aguardo a que hagas los honores, aunque habitualmente se estila que sea el invitado quien inicie el ataque al plato.
Durante unos minutos, nos concentramos en desplegar toda la artillería: servilleta, tenedor, cuchillo… para acabar pasando finalmente revista a los platos expuestos.
Nos decantamos primero por la ensalada, a la que no le falta ni un detalle: atún, espárragos, tomate, pimiento verde, pimiento rojo, cebolla y por supuesto la humilde lechuga, que nunca más estará tan bien acompañada. Tras condimentarla con unas pizcas de sal ‘Maldon’ de elaboración puramente artesanal, procedente de las salinas del condado de Essex, en Inglaterra, un generoso baño de ‘aceto tradizionale’, el popular y delicioso vinagre balsámico de Módena, Denominación de Origen de la región Emilia-Romagna, en la bonita Italia nororiental bañada por el Adriático y un chorreoncito de aceite de oliva de Jaén, de un color verde oscuro que invita a mojar pan, solo falta que le demos caza.
Tras una pausa para dar un sorbo de vino, un espléndido Lambrusco de la misma región italiana que el Módena, me miras brevemente y me haces una pregunta.
—¿Recuerdas tu primera vez?
He estado a punto de atragantarme con un trozo de tomate. La pregunta me ha pillado totalmente desprevenido, pero tras recuperarme, miro detenidamente la mesa y reacciono con total tranquilidad.
—Mi primera vez fue en un restaurante italiano.
—¿Ah, sí? Cuenta, cuenta… —‘Definitivamente, la curiosidad es muy humana’, pienso, aunque no te lo digo.
—Por aquellos años, yo era un adolescente ingenuo e inexperto, que soñaba con chicas todos los días, tanto dormido como despierto. Y fue en esa época cuando conocí a alguien que nunca he olvidado; alguien cuyo recuerdo me asalta invariablemente cada vez que hago repaso de mis vivencias.
»Yo sabía, supongo que porque algún locutor de radio me lo dijo, que las compañías discográficas acostumbraban a regalar las novedades que iban apareciendo a todas las emisoras, así que pensé que si también me los regalaban a mi no se iban a arruinar.
»Con esa idea grabada en la cabeza, me puse en contacto con una de esas compañías, RCA, y al exponer lo que quería me pasaron con el Director del Departamento de promoción, Pedro Heredia, que era el encargado de hacer justamente eso, dar difusión a sus discos contactando con los medios, concertando entrevistas con cantantes y haciendo que las canciones del momento sonaran a todas horas.
»El hombre se quedó literalmente a cuadros cuando le expuse el motivo de mi llamada y lo que quería que hiciera por mi, o sea, que me mandara también a mí esos discos. ¡Hay que ver las cosas que se nos ocurren cuando somos jóvenes…!
»Entonces me preguntó qué podía hacer yo por él a cambio de los discos. Y aquí es donde el que se quedó a cuadros fui yo. Así que le respondí que no tenía ni idea de lo que podía hacer por él a cambio de esos discos.
»Entonces me preguntó dónde vivía, y tras decírselo sumamente intrigado, me aseguró que iría a verme a casa uno de esos días.
»Antes de terminar la semana, en efecto, se presentó en casa con una botella dewhisky y un cartón de Winston y volvió a preguntarme qué podía hacer yo por él a cambio de lo que le había pedido.
»Yo estaba apabullado y no sabía cómo salir del atolladero, porque en verdad no creía que pudiera hacer algo para compensar el derroche de discos con el que ya llevaba días soñando, desplazando casi a las chicas.
Me tomo un respiro y atrapo un pepinillo. Me miras con curiosidad, no exenta de cierta picardía, pero me dejas hacer. Y eso hago, atacar nuevamente la ensalada. Después le doy un sorbo al Lambrusco, y prosigo.
—El hombre, se divirtió bastante con mis apuros y, tal vez compadecido, me preguntó por los títulos de las canciones que más me gustaban de todas las que sonaban cada día en la radio. Le di varios nombres, la mayoría de los cuales resultaron ser de su sello, RCA, y me propuso si sería capaz de hacerle una lista diaria de todos sus discos, a partir de las radiaciones en emisoras como Radio España, Radio Miramar o Radio Juventud. Tenía que apuntar el título y la hora, junto con el día. A final de semana, el sábado, un mensajero recogería la lista. Si lo hacía bien, tendría los discos.
»Y lo hice bien. Es verdad que las discográficas regalaban a las emisoras las novedades que iban apareciendo, pero eso implicaba que los discos debían sonar. Ese era el acuerdo, y yo me encargaría de certificar que ese pacto se cumplía, a cambio de todos los discos.
»Un par de semanas más tarde, me sorprendió todavía más al decirme que para intercambiar algunas ideas de trabajo, vendría a buscarme el fin de semana y me invitaría a comer.
»El día acordado, me recogió en casa y nos fuimos al restaurante italiano en cuestión y…
—¿Y qué? ¿Me lo vas a decir ya o no? —Te noto un poco impaciente.
—¿Decirte el qué? —Mantengo un poco más la intriga.
—¿Lo de tu primera vez? ¿No fue eso lo que te pregunté al principio?
—¡Ah, eso…! Pues allí, en el restaurante italiano. Ya te lo dije.
—¿Pero cómo? ¿Con quién…?
—¿Con quién… Qué? —Tu mirada amenaza con fundirme y casi a punto de soltar la carcajada, me decido por no atormentarte más.
—Mi primera vez… La primera vez en mi vida que comí un plato de spaghetti —lanzo una mirada larga a los que tengo ante mi, que has preparado según la receta del ‘pesto genovés’—, fue en ese restaurante. Aprendí a comerlos con tenedor y cuchara, como debe ser, y me parecieron un manjar de dioses.
Tu mirada estupefacta refleja una sorpresa inmensa por algo que no te esperabas. Te miro como si no comprendiera, aunque comprenda perfectamente, y componiendo un gesto inocente, te aclaro la situación.
—Como has preparado spaghetti, pensé que me preguntabas cuándo los comí por primera vez. Por cierto que, de segundo, pedimos una pizza, que también probaba por vez primera. ¡Aquel fue un día inolvidable para mi! Después vendrían cientos y cientos de discos, ganados con horas y horas de escucha paciente bolígrafo en mano, gracias a aquel hombre entrañable que murió sin que pudiera expresarle mi profundo agradecimiento, porque ya sabes, que mi desembocadura en la radio tuvo el punto de partida en los chequeos radiofónicos, encargados por ese gran amigo.
Pincho una cebolleta en vinagre y te lanzo una mirada de reojo, que me indica que ya estás más relajado y que has perdido el interés por ‘mi primera vez’. Así que alzo la copa una vez más, y entono el tradicional brindis.
¡Por los buenos amigos… Allá donde estén! ¡Por Pedro Heredia! ¡Por Jordi Estadella-Tito B. Diagonal! ¡Y por ti, que has preparado una comida deliciosa y me has invitado a realizar un nuevo viaje nostálgico por mi juventud!
El instinto me dice, que nuestra tertulia será menos profunda a partir de este momento. No tardo en comprobar que no me equivoco.
—¿Has leído lo de esa niña de doce años que ha explicado en Internet por qué los bancos se enriquecen y nosotros no?
—Sí. Victoria Grant, cuyo vídeo ha tenido en apenas dos semanas más de 400.000 visitas.
—Me parece vergonzoso que los niños sean capaces de darse cuenta y lo denuncien, lo único que pueden hacer, mientras nosotros que sí podemos hacer algo miramos para otro lado.
—En realidad son los gobiernos los que no hacen nada… Bueno, sí que hacen, les dan a los banqueros el dinero de los contribuyentes mientras a estos los fríen a impuestos. Así, los primeros son cada vez más ricos y los ciudadanos más pobres. —Como estamos viendo con el tejemaneje que se traen con Bankia, a la que un día le faltan 4.000 millones y al otro le faltan 19.000 millones más—. Y sí hay quien denuncia; Arguiñano, «el azote de los banqueros», dijo en su programa de televisión, que «los que mueven la economía mundial son unos gángsters y unos gorileros».
—«Estamos siendo timados y robados por el sistema bancario y un Gobierno cómplice», dice Victoria, hurgando en una llaga que nos duele a todos, todos los días. No diré que ojalá estuviéramos gobernados por niños, porque la Historia está llena de casos en que los niño-gobernante se comportaron como tiranos o bien fueron mangoneados por los adultos.
Tu acertada observación, me trae a la mente una noticia sobre la entidad bancaria «de moda» estos días.
—La política y la banca van de la mano y acaban acostándose juntas. No es de extrañar que cualquier gobierno, cuando un banco tiene problemas, se desviva por arreglarlo. En el caso de Bankia, todas las cajas que la integran tienen un político por cada 50 trabajadores. O sea, 440 cargos políticos, para un total de 1.121 trabajadores. Las cajas son el cementerio de los políticos olvidados e inservibles; cuando uno ya no da la talla, se le mete en un consejo de administración, se le asigna un sueldo de vértigo y se olvidan de él; hay alguno incluso, que participa en tertulias radiofónicas, supongo que cobrando. Y cuando la caja ya no puede más, se arrima a la teta de la que mana leche abundante y a seguir chupando. Muy bien por la niña que lo ha denunciado.
—En lo que no coincido contigo, es en lo de la teta de leche abundante —me señalas con muy bien criterio, mientras voy viendo el fondo al plato de spaghetti—, no olvides que el Fondo Monetario Internacional está trabajando en un plan de ayuda a España por valor de 300.000 millones. La mayor parte, si no toda, será para los banqueros, y si después quedan unas migajas, ya veremos. Mientras tanto, el Ibex35 baja un 13% en Mayo, la prima de riesgo cierra el mes en 536 puntos, un 30% más, la salida de capitales de España llegó a los 97.100 millones hasta Marzo y los planes de pensiones perdieron en Mayo el 1,88% de su patrimonio. Verás cuando algunos jubilados echen mano a sus ahorros y se enteren de lo que no les quedan ni para pagar el IBI.
Stan Getz continúa con su particular concierto de saxo, para dos espectadores que durante unos momentos optan por guardar silencio, para dedicarse por entero a terminar con la ensalada y los demás entrantes, que nos acechan con temor esperando que de un momento a otro les clavemos el diente.
La escabechina dura poco y una vez los platos vacíos, te levantas para ir a la cocina, de la que vuelves con dos bandejas de porcelana primorosamente trabajadas a mano, con filigranas maravillosas, en las que reposan sendos pescados cuyas escamas disparan destellos de plata que deslumbran la vista.
De una rápida ojeada, averiguo que son dos ejemplares gigantes de róbalo, también conocido como lubina, a los que has guarnecido con una escolta prusiana en la que reconozco aros de cebolla, tiras de pimiento rojo, puerros, alcaparras, ajitos, rodajas de patata, una rodaja de limón y unas hojitas de menta.
A semejantes damas no se las debe hacer esperar, no sea que se enfríen, así que de mutuo acuerdo les concedemos toda nuestra atención, olvidándonos por un momento de banqueros, políticos, banqueros codiciosos, políticos corruptos…
Mientras, Stan Getz prosigue dándole al saxo, esta vez con la compañía de Astrud Gilberto.
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