Observo desde hace un buen rato tu semblante deslucido y reconcentrado, casi hosco, y aguardo a que encuentres en ese vórtice en el que te hallas y que parece estar engulléndote por momentos, una vía de escape.
Apenas cruzamos el primer saludo, intuí que algo no iba bien, pero supuse que tu abstracción pudiera estar motivada por algún suceso acaecido en el desplazamiento hasta nuestro encuentro habitual.
A mi, por ejemplo, me ponen de muy mal humor determinadas actitudes y comportamientos que adoptamos las personas en nuestra relación, siquiera sea circunstancial, con otras personas; me molesta sobremanera, esa tozudez de algunos peatones por cruzar por detrás de un vehículo que está en movimiento hacia atrás o la de otros que no se preocupan en un paso de peatones, de comprobar antes que los conductores se han apercibido de su presencia en la vía, olvidando siempre que pese a tener todas las preferencias y la ley de su parte, serán los mayores perjudicados por su desidia. Pero puesto a repartir leña también le daré una poca a los conductores insolidarios que incumplen sus deberes para con otros conductores y por supuesto, para con los peatones, más frágiles en caso de un accidente; tal sería el caso de quienes olvidan aminorar la velocidad al aproximarse a un paso de peatones, oculto en alguno de sus extremos por contenedores o vehículos, que alguien confiado puede iniciar el cruce en pleno despiste. O qué decir de los que en días de lluvia, cuando se han formado grandes charcos en la vía, impacientes por llegar a su destino, pasan a toda velocidad ante las personas que aguardan en la acera y que acaban con más agua en la ropa que la que les podría haber caído del cielo. Especialmente nefastos para la seguridad son también los motoristas, siempre presumiendo de sus quiebros de cintura para evitar obstáculos que se interponen en su camino, que no se lo piensan dos veces al sobrepasar velozmente al vehículo detenido para que pasen las personas. Capítulo aparte merecen algunos ciclistas, que como pueden circular por la acera, desarrollan toda su velocidad sin importarles lo más mínimo que en su trayecto pasan ante las puertas de las viviendas o los comercios, por donde pueden salir de improviso personas que ignoran que serán atropelladas en la acera. Con decir que el otro día casi me atropella uno… ¡En el garaje! Menos mal que a la Junta se le ocurrió pintar un paso de peatones a la salida del ascensor y poner además badenes, cosas que no acabaré de agradecerles nunca (aunque por otro lado, era su obligación ¿no?, porque lo siguiente debería ser poner semáforos… Que nadie respetará, por supuesto). ¡Ah! Cuando el ciclista casi me atropella, yo estaba pasando por el paso señalizado (la preferencia era mía, ¿no?). ¡Como si lo hubieran pintado para él! ¿Se paró? Pues no; continuó tan feliz y desapareció como si no hubiera pasado nada. Por cierto, ¿Tienen seguro los ciclistas para indemnizar a sus víctimas en caso de atropello? ¿Se les obligará, como se hará para que lleven casco?
Empiezo a estar seriamente preocupado por tu prolongado mutismo, al que desde luego no me tienes acostumbrado. Así que voy a recurrir a una pregunta típica, pero que en muchos casos resuelve la cuestión.
—¿Estás bien?
Parece que mi pregunta te ha sacado del pozo de tus reflexiones y me diriges una mirada en la que no acabo de leer la respuesta.
—Estoy buscando nueva vivienda.
—¿Cómo dices? —La realidad que tu afirmación plantea me deja, más que perplejo, anonadado. Ignoro las motivaciones pero algo me dice que serán serias, porque hasta donde sé, el apego que tienes a tu hogar actual es imponderable, como me has confirmado en bastantes oportunidades. Te miro con sumo interés, como para demostrarte que aguardo una razón.
—El asunto ese de la independencia, secesión, soberanía, nuevo estado o como lo quieran llamar, y el sentimiento de anticatalanismo que está produciendo y que exponen algunos balcones que ostentan banderas españolas, para contrarrestar las banderas catalanas y especialmente las esteladas que lucen otros, me infunden la sensación de estar inmerso en una guerra que no es la mía, porque me siento tan de aquí como me pueda sentir de allí. Cada vez tengo una mayor sensación de que nos están manipulando desde los dos nacionalismos: el español y el catalán; cada uno con sus intereses y sus medias verdades, que huelen a mentiras a la legua. Al final, creo que me expatriaré a un país donde todo lo que pase no me salpique. Aunque, créeme, siento una gran pena por hacerlo. Mas si tengo que ver resquebrajarse mi país, prefiero hacerlo desde lejos, porque lo cierto es que una gran mayoría decidirá por mi lo que tenga que ser y yo no podré hacer nada por impedirlo. Ahí tienes por ejemplo a muchísima gente que votó al PP y que ahora lo lamentan por la sangría a que nos está sometiendo, probablemente sin alternativa. Yo no le voté, pero lo hicieron otros y ahora también es mi gobierno. A eso me refiero. Con lo que ahora se dirime en las tertulias radiofónicas y televisivas, o en los titulares de los periódicos, sucede otro tanto: unos pocos manipulan a unos muchos. Solo tienes que dar nueve millones de euros en subvenciones a un prestigioso diario de tirada nacional y te hará la campaña sin que tengas que preocuparte de nada más.
—Si. Yo también pensé durante mucho tiempo que la prensa era imparcial, al menos a nivel editorial, y estoy constatando la gran equivocación en que he vivido.
—Claro, porque los editoriales están firmados por personas que solo atienden los intereses de sus periódicos, televisiones o radios, cuando no los suyos propios, y no pueden hacer un renuncio si han sido debidamente subvencionados con una gran partida económica o no quieren perder la que está por llegar. Mientras tanto, la verdad tendrá un color u otro, según el periódico en que la leas. Fíjate en aquella reunión de preocupados empresarios que se fueron a comer, como hacen regularmente para abordar sus intereses, a un conocido restaurante barcelonés; a uno se le ocurrió invitar a ese encuentro, para sorpresa de los otros, al President Artur Mas. Naturalmente, su jefe de prensa se encargó de avisar al correspondiente diario afín, que tomó unas fotos a la salida que fueron adornadas al día siguiente en el diario con el anuncio de que los empresarios habían dado en esa comida, todo su apoyo a la independencia. Lo cierto es que los empresarios mostraron su malestar por esta encerrona y dijeron que no era cierto, pero con no recoger esa noticia la día siguiente, era suficiente. En serio, siento asco. Cada día es lo mismo. Estoy hasta los dobladillos, como dice la hija de esa amiga tuya. Y ahora el President dice no haber hablado nunca de independencia, que eso es cosa de la gente. Algo así como tirar la piedra y esconder la mano.
Siento que tu malestar no estuviera ocasionado por una de esas cosas que en la calle suceden todos los días y esté por el contrario motivado por un tema de mayor calado que no sabemos cómo terminará. Solo sé que para encender un polvorín no hace falta más que una chispa y ya hay miles de ellas suspendidas sobre nuestras cabezas. Realmente, yo también estoy muy preocupado.
—En cualquier caso —te digo—, nuestros gobernantes han demostrado sobradamente ser plenamente ineficaces en la gestión de este conflicto de intereses. Hubieran demostrado ser más profesionales negociando en sus despachos sin sacar sus diferencias a la calle, porque, cuando los ánimos están inflamados ya por la posible independencia que nos permitirá atar los perros con longanizas, a ver quién es el guapo que se retracta ahora con unas elecciones en ciernes y con el poder que conlleva ganarlas. Al final, para escurrir el bulto, solo hay que decir: Solo di mi opinión sincera sobre lo que creía y el pueblo ha tomado las riendas.
—Eso es lo que se pretende con las arengas y las soflamas, ¿no? Encender la mecha y salir corriendo. Después, sálvese el que pueda.
—¿Y cómo llevas la búsqueda de nueva casa? —Te hago la pregunta con un cierto deje de ansiedad porque sentiré mucho que te marches, aunque supongo que lo sabes, ya que perderíamos estos inolvidables encuentros y la posibilidad de compartir diferentes puntos de vista de una manera periódica.
—Pues de momento estoy haciendo prospecciones en Francia, Inglaterra, Bruselas y Alemania. Como última decisión, manejo la posibilidad de irme a Nueva York.
—¿Y qué país tiene más posibilidades?
—Aún es pronto. Primero debo concretar el asunto del trabajo. Una vez arreglado eso, me resultará más fácil encontrar un lugar donde vivir.
—¿Pero te resultará fácil romper con toda tu vida en Barcelona?
—Me resultará muy traumático, pero no estoy dispuesto a permitir que quienes buscan que se hable de otra cosa que no sean sus manejos poco éticos, me coloquen en el ojo del huracán. Al final resulta que la falta de dinero es por el atraco sistemático de España a los catalanes, pero los nueve millones de los que te hablé antes no los ha pagado el gobierno de España a un diario catalán, sino un gobierno catalán que se ha asegurado de que le hagan la propaganda que le pueda beneficiar. Ese pago, y no hablemos ya de otras subvenciones a diversos medios afines y demás despilfarros que andan en boca de todos, se hace con el dinero de nuestros impuestos, los míos también, mientras se dejan de pagar hospitales, dependencias y farmacias, para lo cual se supone que nos cobran los impuestos. Si ahora les controla España y pasa esto, me preocupa pensar en lo que puede pasar con nuestros dineros cuando no les controle nadie.
Me estás recordando a Carme Chacón, cuando hace pocos días denunciaba la fábula que nos está contando Artur Mas, cuando afirma que en un estado independiente de España, todos viviremos mejor. Cuando el propio Mas predica que vivimos en un mundo globalizado en el que cada vez debe haber más cohesión entre los países y propugna ceder más poder a Europa, me sorprende que quiera iniciar una ruptura cuando no parece que nos pueda ir mejor estando separados. Por otra parte, ¿qué clase de nación será ese nuevo estado? ¿Cataluña será una república, un principado, un ducado, o qué? Los que no voten a favor de esa independencia pero se vean obligados a aceptarla o a irse, ¿deberán sacar un visado de permanencia o tener trabajo para no ser echado sin contemplaciones del nuevo país? ¿Seremos apátridas en nuestra propia tierra? Me parece que aquí se ha empezado el cocido pero poniendo al fuego la olla vacía, el guiso resultante no me convence. Pero eso sí, la petición ya es del pueblo, o eso dice el President, aunque falta saber de qué porcentaje del pueblo habla. Pues bueno. Tal vez se esté gestando otra Rebelión dels Segadors, pero ya veremos. Mientras no acabemos cediendo más territorio catalán a los franceses o tengamos que ver a nuestros hijos inmersos lingüísticamente en francés en las escuelas…
—Echaré de menos nuestras charlas. —Algo debo decirte.
—Y yo también, no lo dudes.
—Busca al menos un lugar que tenga buenas comunicaciones?
—¿…?
—Para las videoconferencias, que serán la única forma medianamente parecida de seguir con nuestras largas conversaciones, aunque adiós a las cervezas y las comidas. En cuanto me digas a qué país te vas, empezaré a informarme de los precios de las llamadas internacionales e intentaré negociar un bono con mi operadora telefónica.
—Celebro que te lo tomes con buen humor.
—Con buen humor, no… Con resignación y porque no me queda otro remedio.
—De todas formas debe transcurrir un tiempo todavía, antes de que las cosas se vean completamente definidas. Deseo no tener que irme.
Alguien estos días, dijo que esta situación es como un divorcio. Pero no nos engañemos, en este matrimonio de varios cientos de años, hay más de 7 millones de hijos todavía vivos. La cosa no es para tomársela a broma, si pensamos que podría devenir en una más que probable lucha fratricida. Es triste observar que en este matrimonio ya no queda otro amor que el del interés. Sr. Rajoy… Sr. Mas… Reconcíliense. Por el bien de sus hijos.
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